“Si viajaste y no subiste fotos del viaje, no viajaste. O cualquier panorama o evento de tu vida, tienes que subir la selfie porque es como no haber hecho nada de lo que hiciste. Si no dejas ese registro y lo publicas, de cierta forma eso no existió y tú tampoco estás” (Cristian).
Si bien el narcisismo, la sociedad de las apariencias o la competitividad son las primeras fuerzas que explican la invasión de fotografías y videos en redes sociales, existe un impulso mucho más profundo, una especie de mandato, que establece el rito del registro y publicación de nuestra existencia. Y no de nuestras vidas, sino de nuestra existencia, porque el trasfondo de todo este fenómeno es de orden existencial.
La trascendencia es uno de los más grandes problemas del ser humano. Su necesidad de ir más allá de la experiencia vital, de superar su ser breve, a veces vacío, sin sentido, que se niega a la certeza del fin de su cuerpo como hábitat y condición, lo ha llevado a crear fórmulas para luchar contra el misterioso designio de la impermanencia. Ha inventado religiones, descubierto leyes científicas, creado sublimes obras de arte, construido formidables monumentos, y hoy, toma fotografías. Porque, a aquellas creaciones que buscan la permanencia –monopolizadas por los que ostentaron el poder religioso, científico, artístico y político– hoy se suma una nueva forma de trascender que no necesita de normas de comportamiento, acervo de conocimiento, maestría o peregrinajes para ser contemplada: la fotografía es una forma atomizada, al alcance del individuo, fácil, económica, entretenida y sobre todo, mágica, porque permite captar el momento, editarlo o eliminarlo, dándonos a todos la inconsciente ilusión del poder más absoluto y anhelado por el ser humano: el desafío al tiempo. El registro del ser para la posteridad.
Metafóricamente, este profundo impulso se relaciona con las leyes de la física. En teoría, nuestro pasado sigue existiendo en alguna parte del universo ya que nuestro Yo actual no ocupa el mismo espacio–tiempo que el Yo de hace un segundo: el Yo que se deja atrás sigue existiendo en otro plano aunque no lo podamos ver “como si nuestra existencia fuera una sucesión de instantáneas” explica el físico Chamkaur Ghag. Así, reiterando la metáfora, el medio virtual es un símil del universo: un espacio que ofrece diversos planos, múltiples dimensiones para permanecer replicando nuestra imagen, nuestros momentos, nuestra existencia, con estas profusas instantáneas segundo a segundo. He aquí la permanencia del ser.
Pero esta vorágine de registros audiovisuales es también la trampa del desafío al tiempo: “A veces me cuestiono y critico bastante este afán por registrarlo y subirlo todo. El otro día en una exposición una mina estaba recorriendo una sala grabando con su celular la muestra y ni siquiera se detuvo unos segundos a mirarla. Da lata igual, porque más allá de que la tipa quiera presumir que va a exposiciones, pensé que es penoso que no disfrute lo que está viendo, onda no pensó la muestra, se la metió al bolsillo con el celular todo para subir el videito de Instagram y a esperar likes. Una lata” (Cristian). El afán por permanecer nos está privando del disfrute del presente, como señala Rüdiger Safranski: “Hay aquí algo muy interesante y es la peculiar contradicción entre esta comunicación simultánea que nos permite vivir el momento presente y esta situación que vemos a menudo de gente que está fotografiando todo continuamente, que no está viviendo el presente para poder verlo en otro momento. No nos damos el suficiente tiempo para que una información se convierta en experiencia. Por eso somos tan ricos en lo primero y pobres en lo segundo”…
Hoy el viento sopla muy fuerte en Santiago. Y surge el impulso por fotografiar e inmortalizar la hermosa danza de las hojas. Pero no hay nada más inútil que desafiar al tiempo. Es más atractivo estar conscientes de que nada permanece, ni siquiera nuestros recuerdos, y que lo más sensato en este desafío es sólo la noción del instante, el goce del momento. Si hemos de jugar con el tiempo, tal vez sea mejor permitir más a la experiencia.
Ximena Burgos Sánchez.-
Excelente análisis, muchas gracias por compartirlo 🙂
Me gustaMe gusta
Loreto! Muchas gracias a ti también por leerlo! 😉
Me gustaMe gusta
Gracias por expresar de manera tan precisa algo que también me incomoda. Pero aún reconozco que si bien evito estar subiendo a redes sociales cada momento de mi vida, sí está esa adicción a ver las vidas de los demás: qué se espera de ello? Qué sucediera si no le diéramos la atención? Cómo saciarían su necesidad de reconocimiento? , y qué pasa con esa adicción a ver la vida de los otros, y a informarse y generar una opinión en base a lo que otros compartan? . respecto a esa última pregunta estoy en una lucha conmigo misma.
Gracias x compartir
Me gustaMe gusta
Vale, muchas gracias a ti por leer y compartir también tus reflexiones. La necesidad de reconocimiento que señalas es fundamental en este fenómeno; tal vez como en muchas otras expresiones, la clave esté en el equilibrio. Una sana autoestima y un interés positivo por saber de los otros puede ser una alternativa a ese placer, a veces culpable, de participar en esta sociedad del espectáculo. Mientras más confiemos en nosotros, menos consumiremos a las personas como productos mediáticos y más las reconoceremos con sus fragilidades y grandezas… Publicar y observar en redes sociales son ejercicios nuevos para esta generación y vamos aprendiendo en el camino, y nuestra brújula es, creo, siempre preguntarnos, cuestionarnos para qué publicamos esto, por qué observamos a tal persona. Ese pequeño momento nos hará descartar mucho y quedarnos con lo que más signifique para nosotros. Puede que por ahí vaya… Si gustas Vale, hay otro escrito que reflexiona sobre esto también: «Trampas y caretas 2.0». Gracias por tu comentario!
Me gustaMe gusta