“Fue estresante, problemático. Llegó un momento en que Carlos nos decía ‘¡No! ¡No coman aún! ¡Tengo que sacarle la foto a la comida! Era muy molesto, cada vez que nos reuníamos nos teníamos que sacar una foto y nos etiquetaba. ¿Por qué tienen que enterarse todos dónde estoy y qué estoy comiendo? ¡Es algo sin importancia! Pasamos de disfrutar el momento a preocuparnos por si salíamos bien o no en cada foto” (Denisse)
En la sociedad del espectáculo* debemos mostrar para existir, pero ¿Qué es lo que decidimos exhibir? El paradigma del parecer impulsado por el capitalismo presenta como sello la ostentación: viajes, logros profesionales, satisfacciones personales y las bondades de los cuerpos lideran las temáticas que nos asaltan en la red.
Sin embargo, no todo es la ufanía de los ideales posmodernos; la trivialidad reina en el mundo virtual y nos satura de platos de comida, selfies a la espera del cine, mascotas adorables, la última compra de anteojos o posteos sobre cómo estuvo el cafecito de media tarde. Y hasta el hartazgo.
¿Es que entonces se debe exhibir todo?
Sucede que en rigor, las nimiedades son protagonistas de nuestras vidas. No siempre tenemos viajes de ensueño, no siempre nos titulamos, no siempre tenemos logros económicos, por tanto, hay que recurrir a lo que sea para no dejar de existir, y así, la cotidianidad se apodera de las vitrinas virtuales.
Finalmente, la exhibición del Yo en todas sus dimensiones, con sus grandezas y pequeñeces, patenta en redes sociales un concepto del psicoanálisis que hace ya seis décadas ideó Jacques Lacan: la extimidad, lo más íntimo que se encuentra en el exterior.
El Otro constituye el espacio de nuestra intimidad más profunda; sin el Otro, no es posible el reconocimiento de la real intimidad. Nuestros seguidores o contactos son aquel Otro que asiste a nuestros relatos digitales y les da sentido y trascendencia.
Pero al parecer la extimidad pasa por un momento de distorsión masiva: «La selfie es el encuentro de la civilización de lo ligero y el individualismo. Y es banal, pero tiene una esencia: yo tomo una foto, pero no la tomo para mí. Decimos selfie pero la palabra no es justa, porque de lo que se trata es de ser yo mismo para los otros. Eso indica que reflexionamos de una manera irracional. La selfie puede ser narcisista, pero en realidad es lo contrario: demuestra que yo no soy suficiente para mí mismo. Es un narcisismo que exige la aprobación de los demás» (Gilles Lipovetsky).
La exhibición trivial y excesiva del Yo es síntoma de un estatus mental social: si las neurosis clásicas del siglo XIX –obsesiones, fobias, histerias– sobre las que se inició el psicoanálisis hoy han sido desplazadas por patologías narcisistas difusas que aluden a trastornos del carácter, sentimientos de vacío interior y sinsentido de la vida, es porque el fenómeno de la extimidad banal es un intento de evasión de la propia intimidad, la negación del encuentro con nuestra interioridad por temor a encontrar un mundo interior más pobre de lo que pensamos, un lugar vacío y difícil de habitar.
“Creo que en Facebook y ahora en Instagram las personas han perdido el sentido de la privacidad y de lo realmente importante, a veces me siento un poco violentada por la máquina de las redes sociales; para qué ver tanta tontera si cada uno debiera atesorar sus momentos personales, disfrutar las vivencias, los procesos y no vivir en función del resto. Llega a ser patético” (Denisse).
¿Si no tenemos nada importante que mostrar, entonces lo mostramos todo?
¿Si no tenemos nada relevante que decir, entonces lo decimos todo?
Tal vez sea mejor optar por el equilibrio y el autoconocimiento para que nuestra extimidad se convierta en un potencial en vez de una torpeza.
Al confiar en nosotros no necesitaremos de selfies por doquier para afirmarnos. Al saber seleccionar qué exhibimos, cuándo y cómo lo hacemos, la imagen del Yo puede cristalizarse no sólo en un frenesí de flashes, sino también a través de nuestra creatividad, nuestras acciones y nuestras ideas.
El misterio también es entretenido, también es seductor. Porque lo mejor, siempre estará en sala reservada.
Ximena Burgos Sánchez.-
* Si gustas de este tema visita la obra «Trampas y caretas 2.0» en Sala Publico, luego existo