“Eres mi hijo, el único y verdadero rey. Debes ocupar tu lugar en el ciclo de la vida…”
La emoción embarga. Es espiritual. Bajo un cielo estrellado, los ancestros nos observan. ¿Cuál es nuestro destino? ¿Decidiremos aceptarlo?
Tras 25 años nos reencontramos con uno de los relatos más grandes de la historia del cine, no sólo de la animación. La historia de la búsqueda de identidad y la aceptación del deber ser, dilema que en la figura paterna, encuentra su fuente originaria, crisis y redención.
El Rey León de 2019 es un film cuyo despliegue técnico en ocasiones nos hace olvidar la mano humana tras lo que pareciera ser una obra de la naturaleza.
Pero este realismo no es gratuito; es una invitación a deconstruir al niño que vio esta película hace más de dos décadas. El desarme, comprensión y nueva construcción del adulto que somos hoy.
Muchos realizarán el ejercicio de comparación de atmósfera, iluminación, escenas, desarrollo de personajes y tantos otros aspectos técnicos, sin embargo, lo que prima finalmente es la sensación. Qué es lo que se siente tras el último tambor y coro africano. Qué tan húmedos quedaron tus ojos y con cuántas ganas quedaste de ver nuevamente la película, ya sea esta versión o la de 1994.
¿El niño que lloró desolado (con hipo en mi caso) aún existe?
Ese niño, esa niña, necesitó de Rafiki el mono babuino, para llegar al padre y luego al yo. Necesitó de la imagen de Mufasa en el cielo y del golpe del báculo del mono para aprender sobre el pasado.
Del color de la animación de los noventa.
Pero el adulto de 2019 ya no necesita ese lenguaje evidente. Ahora es capaz de aprehender el arquetipo del guía espiritual que revele el camino y de la figura del padre que mora en su psique, como una dualidad de amor y de dolor sin necesidad de literalidad.
Y esa es la gracia de esta nueva versión; la sobriedad, elegancia y fuerte espíritu existencial que logra entregar, sacándonos de la lógica estética del cuento para llevarnos a una estética madura, que prescinde del artificio sin perder la cautivadora energía, belleza e inocencia de la primera entrega.
Y claro, los niños seguramente se flecharán de amor fulminante con esta versión, sin distinción.
Este film no presenta puntos bajos. A pesar de su realismo, logra acelerar el corazón y provocar un vacío en el alma como lo hizo la original.
Con nuevos matices, Timón y Pumba nos hacen reír con el mismo afecto, las hienas dejan de ser payasos lacayos y se convierten en un villano con carácter, y Scar resulta ser uno de los personajes más logrados en su perfomance. Sus miradas al vacío, envidia templada y nostalgia de lo que nunca fue, sin duda resultan exquisitas de observar y temer.
Tras el último rugido en la sala, los ojos de los espectadores no parpadean. Hay una sonrisa en cada rostro de satisfacción y añoranza.
“El tiempo de un soberano asciende y desciende como el sol. Algún día, Simba, el sol se pondrá en mi reinado y saldrá contigo siendo el nuevo rey”.
Hay amaneceres y ocasos también en nuestras vidas. Pero lo que nunca, jamás tendrá su ocaso, es el relato de la búsqueda del ser, del amor filial y de la justicia en la historia.
No queda más decir que,
Larga vida al Rey.
Ximena Burgos Sánchez.-