Trampas y caretas 2.0

Ser. Tener. Parecer.

Hace ya 50 años, Guy Debord daba cuenta del paradigma del parecer. Si en un comienzo era suficiente el hecho de “ser”, con el fortalecimiento del capitalismo comenzó a degradarse el “ser” en el “tener”. Lo que podíamos adquirir y acumular definía lo que éramos.

Sin embargo hoy, en una sociedad altamente espectacularizada, no basta con ser ni con tener, ello debe ser exhibido. Se ha producido un desplazamiento general del tener en el “parecer”; de nada sirve que seamos o tengamos algo, si ello no lo mostramos ante otros, simplemente, no existe.

Pero, ¿Qué es aquello que existe o deja de existir?

Las redes sociales como un nuevo hábitat existencial permiten a las personas re-crearse permanentemente, y en ese constante juego con nuestra identidad, es que surge la principal tensión en este “parecer”.

Camila, fanática de las redes sociales, me comenta su desconfianza con lo que se exhibe en los perfiles “También está la moda de ‘¡Yendo al gimnasio!’. Yo creo que esa gente no va a hacer ejercicio, va al gimnasio a sacarse la foto, y listo”.

¿Realmente exhibimos quiénes somos?

De algún modo esta discusión debiera estar superada. Erving Goffman lo explica: cuando nos mostramos ante otras personas, buscamos comunicar consciente o inconscientemente una determinada impresión sobre nosotros, es decir, interpretamos el papel que queremos transmitir.

Da igual si nos “editamos” en el medio offline u online; maquillarse día a día es una alteración a este “ser” tanto como el filtro en una fotografía, así como también evitar decir ciertas ideas o palabrotas de acuerdo a un contexto.

¿Somos menos auténticos por esto? Realmente no. El problema surge en un punto muy complejo de definir, el equilibrio o mesura de aquello que editamos sobre nosotros mismos, y claro, cuál es nuestro propósito en esta exhibición.

La hermana de Camila es un caso interesante. Me cuenta “Mi hermana es muy linda, pero vive todo el día viendo canales de YouTube y siguiendo en Instagram a niñas que son gurúes de belleza. Por ejemplo, hay una que es demasiado regia y que tiene un hijo muy hermoso y salen a comer a una playa paradisíaca y todo es perfecto. Mi hermana me dice ‘¡Ay, me encantaría tener la vida de ella!’. Yo le digo que esa vida no es de verdad, y ella me dice que lo sabe: ‘Yo sé que todo eso es mentira, pero igual me da envidia’ me responde. Si ella está consciente ¡Qué más puedo decirle!”.

De algún modo, nos hemos convertido en tributarios del paradigma del parecer en su versión más oscura, creadores y consumidores de productos falsos, todos conscientes y todos partícipes de este teatro.

Si no nos mostramos como somos, con nuestras simplezas, vidas comunes, ángulos y luces que no nos favorecen, es por miedo al rechazo, a la crítica, a ser excluidos por no cumplir con el deber ser.

Paulina, periodista, es muy asertiva al respecto “Creo que la gente lo pasa mal en su vida cotidiana y establece simulacros; sus vidas no son lo que están queriendo aparentar y tienen un cálculo exacto de lo que debe verse para afuera. Se traslada esa farsa de lo que tú quieres que vean tus jefes, la persona que te gusta, etc., entonces no expones tus dolores, tus sufrimientos, tus miserias; es una farsa para mantener el statu quo y que no se te caiga todo”.

Al parecer en redes sociales no hay cabida para la imperfección y el fracaso; nuestras identidades deben convertirse en personajes de portada de película donde espectacularizamos las escenas más triviales exhibiendo así nuestro highlight de cada jornada.

Camila continúa su reflexión “Es el mejor pedacito, todos nos sacamos fotos en el mejor momento de nuestra semana y subirla para que la gente piense ‘¡Oh, genial la vida de ella!’ y después, el resto de la semana ¿Mostrar miserias? ¡No se puede! Sabemos que esto es falso pero lo compramos igual, nos hace sentir tan bien que nos hace sentir mal, y nos hace sentir tan mal que nos hace sentir bien. Es una cosa muy enferma”.

Esto resulta placentero. La adicción o hobby de observar vidas ajenas, pero vidas perfectas. Y con suerte, llegar a ser uno de esos protagonistas.

¿Nos hemos metido en una camisa de once varas? En algún momento debemos sacarnos el maquillaje y bajar el telón. Sin embargo, las luces del escenario nos enceguecen.

Camila insiste en que “Uno estúpidamente se mete al sistema pensando que le puede ganar y después miras el resultado críticamente y dices ‘¡Oh!, estoy haciendo exactamente lo que el sistema esperaba de mí. Jaque mate.’”.

Le respondo, como abogada del diablo, que una alternativa obvia sería no probarle a nadie lo que somos ni lo que tenemos, vivir nuestras vidas sin validarnos ante los demás… Pero naturalmente es un sinsentido, y Camila me recuerda el libro de Marta Brunet “María Nadie”. Una joven que no hacía ni decía nada públicamente, por lo que todas las personas del pueblo comenzaron a inventarle una historia, cual papel en blanco.

Hoy esa alternativa en realidad es inviable; no queremos ser una María Nadie ni queremos que otros escriban nuestra historia. Queremos que sepan quienes somos, lo que nos gusta, hacemos y tenemos, ya que el anonimato ha dejado de ser un activo para convertirse en un pasivo.

“Uno se ve metido en el círculo, así funciona, si todos lo hacen, es difícil salirse, uno puede llenarse la boca diciendo que está por encima de las convenciones sociales, pero nadie está por encima de esas convenciones, nadie al menos que lleve una vida social” concluye Camila.

Quién sabe. Si alguien se atreve y se saca la careta ¿Se convertirá en una María Nadie?

Si alguno lo hace y logra el ideal de la autenticidad, favor me comenta…

Ximena Burgos Sánchez.-

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